Las voces en mi cabeza dictan el camino, yo sólo manejo. Mis manos aferradas al volante y mis ojos clavados en la carretera, desconozco mi destino, y recuerdo sólo vagamente el lugar de donde vengo. Las voces en mi cabeza dictan el camino, pero no son voces claras, no emiten palabras claras, no hablan, sólo suspiran, sólo duermen, sólo existen. Y son corazonadas las que me dirigen, las que me hacen dar pasos hacia una dirección, cuyo destino es incierto.
Los dedos me duelen del frío, mis brazos entumecidos por mantenerse en la misma posición durante horas, parecen desprenderse de mi cuerpo. Mi cuerpo... no parece ser mío, no parece ser parte de esta realidad que es la mía, una inmersa en la soledad de la noche, en la quietud de la nada, una en donde cada día que pasa es igual al que acaba, cada día es igual al siguiente, y al siguiente...y las noches eternas llenas de luces y el ruido ensordecedor que es el silencio en mi cabeza. Y es que, de noche las voces se van y me dejan a merced de mis miedos. Me dejan a merced del negro cielo infinito, del horizonte incierto al que persigo con tanto ahínco, al que busco día y noche y no parezco alcanzar nunca, no me acerco ni un poco, más bien, con cada paso, con cada kilómetro recorrido se acentúa la eternidad del purgatorio que me he impuesto, en el que vivo día y noche, y es que yo sólo manejo, las voces en mi cabeza dictan el camino.
No tengo memoria realmente, no tengo ninguna certeza de mi existencia, no tengo claro donde acaba el ayer y empieza el mañana porque los días se fusionan y se hacen uno, y las noches son eternamente iguales, negras, frías, y la soledad que me acompaña juega conmigo y me hace creer que no estoy sola. Y lo peor es ésto, ésta ilusión de soledad y compañía, de mi existencia hasta el momento y mi porvenir, no existe nada que me asegure que vivo hoy, y no mañana, no hay nada que me asegure que verdaderamente vivo y no vivo en un sueño. No existe nada.
Y si esto es sólo un sueño, ¿por qué no puedo despertarme? ¿Por qué no puedo regresar a un mundo en donde mis pensamientos, mis emociones, mis obras sean mías y de nadie más, a un mundo en donde yo decida mi camino, un mundo en dónde no este tan miserablemente sola? ¿Por qué no puedo regresar al rostro que veo cada vez que cierro los ojos? Esto no es un sueño, esto no es un sueño. Esto no puede ser un sueño porque esto es todo lo que hay, la vida no es más que una rutina que empieza con cada amanecer, no es más que luz y oscuridad, no es más que vigilia y sueño, no es más que una carretera infinita que desafía los límites del espacio y del tiempo. Pero, ¿qué soy yo, entonces? ¿Soy acaso un simple peón, una víctima más de las crueles circunstancias? Y, si estoy tan sola en este mundo, ¿por qué no puedo ser mi propio dios? Sí, soy eso, soy mi propio dios, soy dueña de mi misma, de mis brazos y mis manos y mis ojos y mis labios. Y las voces. No soy dueña de las voces. Ellas son mi dios, ellas son mi único amo, mi alfa y mi omega, ellas dictan mi destino...
...Amanece, puedo ver los débiles rayos del sol naciendo de la tierra, partiendo el espacio infinito frente a mí, señalando el camino, el destino, el final de mi sufrimiento, la felicidad que tanto anhelo y que nunca encontraré. Me digo a mí misma que el día que lo alcance, el día que ponga un pie victorioso sobre el horizonte será el buen día que despierte de este sueño, que despierte por fin de mi infierno, pero hoy me conformó con fijar la mirada en el horizonte y perseguir mi fin imposible.
* * *
Durante la noche coloca en su cara una expresión de angustia, a veces he pensado que la oigo gritar en mis sueños. Pero al levantarme ella permanece tan apacible y tan quieta como la dejé al cerrar los ojos. Esto es lo que más me duele, saber que tiene miedo y que está sola, en su fantasía, en su delirio, está sola. Quisiera poder hacerle saber que mi mundo se acaba sin ella, que mi destino está atado al suyo, que el día que despierte es el día que yo muero porque vivo para cuidarla en su sueño eterno. Le dije una vez que yo no sería más que un capítulo de su libro, y que ella sería el título del mío, cómo quisiera haberme equivocado, cómo quisiera poder ser su caballero de armadura resplandeciente, su salvador y su todo y caminar juntos hacia el horizonte.
Mi bella durmiente, mi niña de luz, creo que dice mi nombre, en suspiros, cuando exhala parece decir mi nombre, y yo la sigo, pendiente de cada movimiento, de cada inflexión, de cada rastro de existencia. Sé que no se ha ido porque a veces se mueve y se retuerce en su terror, - es irónico que antes no podía conciliar nunca el sueño y ahora no despierta – sé que sigue ahí, en el fondo, en una realidad alterna. Sus nudillos están siempre blancos, cómo si estuviera aferrándose a algo, sus manos siempre están frías, a pesar de que nunca las suelto. Mi único deseo es verla sonreír de nuevo, ver sus ojos clavados en los míos con esa mirada dulce y comprensiva. ¿A dónde se ha ido? ¿Por qué no regresa? ¿No está acaso su destino entrelazado con el mío?
Le hablo todo el tiempo, le canto, le susurro al oído, le digo que no está sola, que estoy aquí para cuidarla. Dicen que no escucha, que mis esfuerzos son inútiles, que se ha ido para siempre y no volverá nunca. Quisiera no pensar en mi propio sufrimiento, sobretodo porque sé que ella sufre más, pero soy tan infeliz, soy tan miserable viviendo al pie de su cama, atado a ella. Pero no puedo dejarla, no puedo encontrar las fuerzas para levantarme y empezar a caminar hasta estar tan lejos que no pueda nunca regresar. ¿Cuándo acabará?
Los dedos me duelen del frío, mis brazos entumecidos por mantenerse en la misma posición durante horas, parecen desprenderse de mi cuerpo. Mi cuerpo... no parece ser mío, no parece ser parte de esta realidad que es la mía, una inmersa en la soledad de la noche, en la quietud de la nada, una en donde cada día que pasa es igual al que acaba, cada día es igual al siguiente, y al siguiente...y las noches eternas llenas de luces y el ruido ensordecedor que es el silencio en mi cabeza. Y es que, de noche las voces se van y me dejan a merced de mis miedos. Me dejan a merced del negro cielo infinito, del horizonte incierto al que persigo con tanto ahínco, al que busco día y noche y no parezco alcanzar nunca, no me acerco ni un poco, más bien, con cada paso, con cada kilómetro recorrido se acentúa la eternidad del purgatorio que me he impuesto, en el que vivo día y noche, y es que yo sólo manejo, las voces en mi cabeza dictan el camino.
No tengo memoria realmente, no tengo ninguna certeza de mi existencia, no tengo claro donde acaba el ayer y empieza el mañana porque los días se fusionan y se hacen uno, y las noches son eternamente iguales, negras, frías, y la soledad que me acompaña juega conmigo y me hace creer que no estoy sola. Y lo peor es ésto, ésta ilusión de soledad y compañía, de mi existencia hasta el momento y mi porvenir, no existe nada que me asegure que vivo hoy, y no mañana, no hay nada que me asegure que verdaderamente vivo y no vivo en un sueño. No existe nada.
Y si esto es sólo un sueño, ¿por qué no puedo despertarme? ¿Por qué no puedo regresar a un mundo en donde mis pensamientos, mis emociones, mis obras sean mías y de nadie más, a un mundo en donde yo decida mi camino, un mundo en dónde no este tan miserablemente sola? ¿Por qué no puedo regresar al rostro que veo cada vez que cierro los ojos? Esto no es un sueño, esto no es un sueño. Esto no puede ser un sueño porque esto es todo lo que hay, la vida no es más que una rutina que empieza con cada amanecer, no es más que luz y oscuridad, no es más que vigilia y sueño, no es más que una carretera infinita que desafía los límites del espacio y del tiempo. Pero, ¿qué soy yo, entonces? ¿Soy acaso un simple peón, una víctima más de las crueles circunstancias? Y, si estoy tan sola en este mundo, ¿por qué no puedo ser mi propio dios? Sí, soy eso, soy mi propio dios, soy dueña de mi misma, de mis brazos y mis manos y mis ojos y mis labios. Y las voces. No soy dueña de las voces. Ellas son mi dios, ellas son mi único amo, mi alfa y mi omega, ellas dictan mi destino...
...Amanece, puedo ver los débiles rayos del sol naciendo de la tierra, partiendo el espacio infinito frente a mí, señalando el camino, el destino, el final de mi sufrimiento, la felicidad que tanto anhelo y que nunca encontraré. Me digo a mí misma que el día que lo alcance, el día que ponga un pie victorioso sobre el horizonte será el buen día que despierte de este sueño, que despierte por fin de mi infierno, pero hoy me conformó con fijar la mirada en el horizonte y perseguir mi fin imposible.
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Durante la noche coloca en su cara una expresión de angustia, a veces he pensado que la oigo gritar en mis sueños. Pero al levantarme ella permanece tan apacible y tan quieta como la dejé al cerrar los ojos. Esto es lo que más me duele, saber que tiene miedo y que está sola, en su fantasía, en su delirio, está sola. Quisiera poder hacerle saber que mi mundo se acaba sin ella, que mi destino está atado al suyo, que el día que despierte es el día que yo muero porque vivo para cuidarla en su sueño eterno. Le dije una vez que yo no sería más que un capítulo de su libro, y que ella sería el título del mío, cómo quisiera haberme equivocado, cómo quisiera poder ser su caballero de armadura resplandeciente, su salvador y su todo y caminar juntos hacia el horizonte.
Mi bella durmiente, mi niña de luz, creo que dice mi nombre, en suspiros, cuando exhala parece decir mi nombre, y yo la sigo, pendiente de cada movimiento, de cada inflexión, de cada rastro de existencia. Sé que no se ha ido porque a veces se mueve y se retuerce en su terror, - es irónico que antes no podía conciliar nunca el sueño y ahora no despierta – sé que sigue ahí, en el fondo, en una realidad alterna. Sus nudillos están siempre blancos, cómo si estuviera aferrándose a algo, sus manos siempre están frías, a pesar de que nunca las suelto. Mi único deseo es verla sonreír de nuevo, ver sus ojos clavados en los míos con esa mirada dulce y comprensiva. ¿A dónde se ha ido? ¿Por qué no regresa? ¿No está acaso su destino entrelazado con el mío?
Le hablo todo el tiempo, le canto, le susurro al oído, le digo que no está sola, que estoy aquí para cuidarla. Dicen que no escucha, que mis esfuerzos son inútiles, que se ha ido para siempre y no volverá nunca. Quisiera no pensar en mi propio sufrimiento, sobretodo porque sé que ella sufre más, pero soy tan infeliz, soy tan miserable viviendo al pie de su cama, atado a ella. Pero no puedo dejarla, no puedo encontrar las fuerzas para levantarme y empezar a caminar hasta estar tan lejos que no pueda nunca regresar. ¿Cuándo acabará?